El espacio del cine de Wong Kar Wai es su rúbrica, su estilo, y sostiene en el aire la redondez de sus historias, como una bola navideña. La secuencia dentro del plano, la panorámica de un plano corto, los términos y fondos desenfocados, la luz entre la oscuridad, las manchas de color que conviven con la recta de la raya de un peinado..., y todo visto en el refilón, en los reflejos y charoles, en ese espacio inexistente al otro lado de los espejos, dejándote siempre la impresión de no saber si ves la realidad o su fulgor.
Y en ese terreno, volutas de humo, Wong Kar Wai hila sus finísimas no-historias de amor (una no-historia de amor, como la de «Deseando amar»). Con la cámara encima de los actores, cuenta aquí tres historias de interior y unidas por el corazón roto de una joven (que interpreta mágicamente la cantante Norah Jones) y por la presencia insistente de las barras de los bares y el efecto en ellas del neón. La espina dorsal es la no-historia de amor entre Norah Jones y Jude Law, un tipo que cuida pasteles nocturnos, guarda llaves y le hace agujeros al tiempo en el interior de su bar neoyorquino, a la espera de que a su bella durmiente se le dibuje en los labios un cremoso beso.
La película, profunda e impúdicamente romántica, es en el fondo un elogio del beso como efecto y detonante. Aunque también es una road movie de interiores y un elogio del juego; del doble juego: por un lado, Wong Kar Wai cambia el «no» de su habitual frase como un dado entre tres cubiletes: la no-historia de amor se convierte en una historia de no-amor, o desamor, en la pareja que forman el policía alcohólico David Strathairn y ella, Rachel Weisz, cuya belleza de porcelana alude a la sofisticación oriental de sus actrices de ensueño en otras películas (Gong Li, Zhang Ziyi, Maggie Cheung...), y el otro lado del doble juego, con la aparición del personaje de Natalie Portman, jugadora de póker y también en fuga de sí misma; apenas si cambian los sentimientos, o sea, el alma de la película, pero sí lo hace su corazón, es decir la iluminación de las noches de azar en Las Vegas.
Y se despide «Mi blueberry nights» con sabor a arándanos, con la puerta del bar abierta y con la sensación de que el cine americano de Wong Kar Wai tiene los ojos rasgados. (rodriguezmarchante)
UN ADIÓS NO SIEMPRE SIGNIFICA EL FIN
A VECES ES UN NUEVO COMIENZO
2 comentarios:
¡¡¡Qué grande eres!!!, mon petit pequeño.
ya estamos con las palomas?
k pesadito eres, menos mal que la meyoria de las veces no te escuchamos.jj
Publicar un comentario