21 diciembre, 2007

PUTA NAVIDAD

Villancicos sonaban en las calles, ascendían por la espalda del silencio y llegaban
hasta el cielo desnudo y preñado de estrellas titilantes. Mañana es nochebuena,
no saldré a hacer la calle. Todos estarán en sus casas, cantando villancicos y cenando
con sus familias, pensó Leire.
Nochebuena. Leire cambió de idea y salió a la calle. Quizá encontrara algún hombre
que no celebrara la navidad. Necesitaba dinero. El puerto estaba desierto, los barcos
mecían la mar, hacía frío y la humedad se calaba a través de su minúscula falda.
En los pies sentía alfileres helados atravesando sus uñas pintadas de color lila.
Las luces de un coche guiñaron a lo lejos, como las estrellitas del Belén cristiano.
El coche se detuvo a su altura. Desde la ventanilla aquel hombre le pidió un completito.
Leire le dijo que esa noche era más caro. El hombre aceptó de inmediato y le propuso
que fueran a su casa donde no hacía frío y estarían más cómodos. Leire dudó, pero
rapidamente asintió. La idea de trabajar en el coche tampoco a ella le seducía demasiado.
En la casa no había nadie. Leire vio un pequeño Belén sobre una mesa camilla que
había en el recibidor con una gran estrella de luces azules y blancas que colgaba desde
el techo. En el comedor había un precioso árbol de navidad adornado con multitud
de luces y pequeñas bolas multicolores. A los pies varios regalos de todos los tamaños
rodeados de postales navideñas. Nadie los abrirá, intercedió el hombre.
Hacia calor en la casa. Era confortable, evidentemente nada que ver con la calle.
Leire preguntó dónde estaba el baño, al salir estaba completamente desnuda.
El hombre sentado en la cama y con la luz del baño recortando la silueta hermosa
de Leire la contempló durante varios segundos desde la cama sin decir nada.
La pidió que se vistiera. Ella se encogió de hombros. Él la sentó a la mesa.
Cenaron marisco a la plancha, turrones y cava. Él la cogió la mano, la sentó junto
al árbol frente a la chimenea seductora. Él hombre la hizo abrir para ella todos los regalos
del árbol. Leire le miraba desconcertada, sosprendida y atónita.
Pasada la medianoche, el hombre la acompañó a la puerta, la puso su abrigo de sueños
y la despidió con un beso de alas en la mejilla. Ella lo miró agradecida con sus ojos de luna nevada.
Él agachó la cabeza, al tiempo que dejaba caer a cámara lenta su mano de su mano
y murmuraba algo en la distancia sobre la soledad.

1 comentario:

Ian Grecco dijo...

Comprar a una persona para que represente el papel que deseas es fácil: basta ofrecerle algo a lo que no se pueda resistir. Y ese algo no tiene que ser dinero. Ni esa persona tine que ser forzosamente una prostituta. El chantaje emocional, las necesidades afectivas, los parches morales, muchas veces obran el milagro. Ya lo sabéis, niños: no os dejéis comprar. Porque si no, harán lo que quieran con vosotros: viviréis como esclavos hasta el fin de vuestros días. FELIZ NAVIDAD.