15 junio, 2007

BEETHOVEN CIEGO


datos de la foto
1/320 F6.3 ISO200 focal 84 mm
CANON EOS 400D


Hace poco muy poco he podido estrenar y empezar
a meterme en el complejo y fascinante mundo de
la fotografía digital y he adquirido la pasada
semana una Reflex digital, más concretamente
la Canon EOS 400D. Pues bien ya he empezado a
hacer mis primerasfotos y a poder plasmar en imágenes
(lo que siempre me pareció un sueño y el complemento
ideal de la poesía junto con la música)
todo aquello que mis ojos consideraban bello,
poder atraparlo y hacerlo inmortal, eterno,
al fin y al cabo dejar en las fotos constancia de
nosotros mismos de todos nuestros yos.
Las diferentes formas de vere interpretar el mundo
nos distingue unos a otros, como nuestro
tiembre de voz, nuestras huellas dactilares,
nuestro adn. La fotografía
es un arte que viene a seguir conformando el mapa
del alma de cada uno de nosotros.

Para empezar, aquí os dejo esta foto
que me he encontrado esta tarde
al ir a coger el coche por aquí en ciudad
jardín en santander, estaba dentro de una finca privada
y me ha parecido curioso, extraño e hipnotizante.
Supongo que no sea lo más normal, estaréis conmigo
tener un busto de Beethoven presidiendo la entrada de un chalet.

Y como complemento ideal (idea que me vino a la cabeza nada ver
la imagen al pasar) la maravillosa poesía que Pepe Hierro le dedicó
al maestro de Bonn en su no menos genial Cuaderno de Nueva York.


BEETHOVEN ANTE EL TELEVISOR

El alemán de Bonn identificaba
todos los sones de la naturaleza:
el del mar, el del rio, el del viento y la lluvia,
el canto del ruiseñor,
el de la oropéndula, el del cuco.
Un dia, cantó un ave,
y él no oía su canto:
fue la primera señal de alarma.
Luego avanzó implacable la sordera
hasta desembocar en la noche de los sonidos.
Compuso, desde entonces, imaginándolos.

Nunca pudo escuchar su misa en Re,
sus últimos cuartetos, su última sinfonia.
Luis van Beethoven murió en mil ochocientos
veintisiete (es lo que piensan los desinformados),
pero yo lo he visto en el Lincoln Center.
Fue en los años noventa.
Ocupábamos asientos contiguos.
Yo lo reconocí por su expresión huraña
y tierna y feroz. Y también por el desaliño
de que nos hablan sus biógrafos.
Escribí en mi programa estas palabras:
"Excelente concierto".
Y él asintió: "No se moleste en escribir, oigo perfectamente".

Después en el descanso, hablamos de música,
(sin duda se dio cuenta de que acababa de reconocerlo.)
Avisaron que había que volver a la sala
para escuchar el plato fuerte, la Novena.
Pero él, van Beethoven, dio media vuelta, y se marchaba.
"Pero, ¿precisamente ahora?" le pregunté.
"Yo regreso al hotel. voy a escuchar la Novena Sinfonía
en el televisor, la transmiten en directo", contestó.
"¿Me permite que le acompañe?", dije.
Y se encogió de hombros.

Pues aquí acaba todo.
Nos sentamos ante el televisor.
Escuchamos el golpe de la batuta sobre el atril.
Silencio. Y la orquesta rugió.
Entonces, Ludwing van Beethoven se levantó
y apagó el sonido. Ahora sí que el silencio era absoluto.
Canturreaba a veces,
levantaba la mano para indicar la entrada
a los timbales en el Scherzo.
Lloró con el adagio, anardeció
cuando cantaba el coro las palabras de Schiller.
Yo nunca podré oír, nadie podrá, lo que él oía.

Finalizó el concierto.
Fue entonces cuando se levantó, y se acercó al televisor,
recuperó el sonido. Las cámaras enfocaban
ahora al público enardecido.
Van Beethoven oía, en mil novecientos noventa,
los aplausos que no podía oir en Viena,
en mil ochocientos veinticuatro.

No hay comentarios: